jueves, 16 de febrero de 2006

Examen

Sigo hasta el viernes, de momento. Al final sí que veré cómo los alumnos separan las mesas para hacer el examen. Es una hora de relax. Son tan pocos que es imposible que copien. Hoy tuve clase con el curso malo, el 3º. Como ayer no dimos casi clase hoy tampoco querían... Estaban muy alborotados. Uno ha cogido una flauta y se la ha lanzado a otro. Reacción: expulsarlo inmediatamente de clase para que se apuntara en la hoja de incidentes. Al instante se ha hecho el silencio y hasta uno de los chungos (que resulta ser el que más controla de la asignatura para mi sorpresa) se ha puesto a atender y realizar los ejercicios. Hasta ayudaba al resto de compañeros. Pero a los dos ejercicios similares se han aburrido y pasaban de todo; pero de todo. Como hoy ha hecho mucho aire han visto volar una bolsa de basura (los contenedores se habían volcado) y les ha parecido la octava maravilla. Reacción: recojo el ejercicio y cuenta 1 punto para el examen. ¡Poned el nombre!


Uno de los malotes (al que expulsé hace dos semanas) me dice: Ya te lo entrego mañana profesor. “Claro, claro. Tú tráelo” le digo con la ironía más grande que puedo encontrar.


Después de algunas horas muertas en que he preparado unos ejercicios para el bachillerato he tenido el 4º revoltoso. Hoy me he imaginado cogiendo la cabeza de uno de los alumnos y estampándola una y otra vez en la mesa. Agarraba bien fuerte de la parte de atrás de la cabeza y ese sonido llenando el aula era de lo más tranquilizador. En realidad me he limitado a sobreactuar y fingir que estaba más enfadado de lo que estaba y ordenarle que saliera fuera. Pero me dice que no; que no sale. Ardo por dentro; los alumnos me miran. Es un pulso profesor-novato-sustituto (aunque he ocultado que soy novato) contra alumno-malote-provocador-con vozarrón. Me doy cuenta de que me he dejado el taco de partes en el departamento (¡qué cagada!). Mi voz es un susurro en el aula pero la elevo con peligro de escupir las cuerdas vocales y le grito que salga de la clase. Y le amenazo con un parte y le llamo por su nombre. Le miro fijamente, pongo cara de mala hostia y repito: ¡Que te largues! Finalmente flaquea y lo más sublime es darle la espalda cuando todavía no ha abierto la puerta. Es como celebrar un gol en el min. 91.


A los seis o siete minutos, abro la puerta y le digo que puede entrar si se comporta. Resulta ir más suave que un guante. Ah sí!!! Me encantan que los planes salgan bien.

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