En el recreo, paseando por el extenso patio para no tener que escaquearme de la guardia, nos reunimos la profesora de Valencià, el tutor, el orientador y yo. Decidimos que probaremos lo del compromiso, que el tutor debe llamar a la madre para que lo firme y que el expediente se abre de todas formas, quedando el castigo (expulsión de 3 a 8, creo) aplazado sine die listo para cuando rompa su compromiso.
La profe de valenciano también tiene guardia conmigo y cuando se acaba la reunión me cuenta que el GF lo que quiere es ir al otro grupo con otro profe de valenciano con el que el año pasado no pegó ni sello y cree que este año será igual. He oído alguna cosa de este profesor en este sentido, pero pueden ser exageraciones de los alumnos. De todas formas, si te toca un grupo, te quedas en él y ajo y agua. GF, en su infantilismo, se enfurruñaba y le boicoteaba la clase. Por ejemplo, se iba a mitad de clase al baño porque le daba la real gana o se negaba a sacar el material.
El lunes se arregla lo del compromiso y ya me enteraré bien de las cosas a las que se compromete para apretarle las tuercas en los sucesivos días.
La anécdota del día se produce en la clase elemental, a última hora, cuando tras mandar un ejercicio con seis apartados todos me dicen que no tienen ganas de hacerlos, que si es última hora que si son muchos.
—Ah, ¿sí? Pues hasta que no me hagáis tres de los seis no salimos de aquí —y me levanto, cierro con llave la puerta y vuelvo a mi sitio—.
—No puedes hacer eso —dice una alumna—.
—Pues ya lo he hecho.
—Ahora haz como en las pelis y te tragas la llave —dice Alumno—.
—O las tiro por la ventana —digo mientras las acerco a la ventana abierta y veo la cara de terror de todos—.
Finalmente me las guardo en el bolsillo y les invito a trabajar. Se crea una sensación tensa y, finalmente, como les permito estar en grupos, se organizan y consiguen resolver las tres ecuaciones a una velocidad nunca vista en ese grupo. Se ponían a calcular apresuradamente y se confundían de lo rápido que lo trataban de hacer. GF tenía que poner de su parte y me dice:
—Pues yo tiro la puerta abajo.