martes, 14 de noviembre de 2006

La madonna

Estaba sentado en un banco del andén de la estación del metro. Era la una y diez de la tarde. El estómago ya comenzaba a rugir y mi bufanda era un auténtico estorbo porque hacía un cierto calorcito, más que nada humano. Relajado después de haberme liberado de la sesión docente miro a las personas del andén de enfrente. Mucha gente con gafas de pasta y con ipod, mujeres que podrían ser mi madre con pantalones cortos, jersey atado a la espalda y gafas king-size, un hombre con un turbante azul celeste también king-size. Pero justo enfrente se ha sentado una chica morena que ha levantado la cabeza y ha adoptado exactamente la posición de la madonna de Munch. Era idéntica, durante un segundo. Qué sensación más rara. Debo dejar de tomar café de la máquina de la sala de profes.

Estoy disfrutando dando clase. Los alumnos son extremadamente buenos; tanto que empiezo a sospechar. No puede ser normal. No tengo que levantar la voz. Basta alguna alusión directa para que callen, se les ve interesados, no son muy mediocres. De hecho, hay alguno bueno. Esto compensa el horario catastrófico. Pido que hagan un ejercicio: oigo el clack del reloj; veo a todos escribiendo, pidiéndose la calculadora en voz baja. Me paseo por el aula, que es en general pequeña. Me he adaptado, esta vez, muy rápido. Estoy sorprendido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Uff, no te confíes mucho que eso de que los niños sean buenos dura poco tiempo.. y más con los de tercero de eso que son muy traviesos que en la edad del pavo ya se sabe...

Besillos.